"I'm a Beatle maniac!" |
“Había sólo una persona en los Estados Unidos a la que
realmente queríamos conocer – no estoy tan seguro de que él quisiera conocernos
a nosotros – y ese era Elvis. Es
difícil describir lo que sentíamos por él. Simplemente lo habíamos idealizado
tanto.”
John Lennon, 1965.
Hace unas semanas,
viendo el telediario, entre las habituales señales apocalípticas una noticia
anecdótica me saltó a la cara.
Una docena de jóvenes
cuasi adolescentes, de 14 a 16 años, acampaba en las puertas del Palacio de los
Deportes de Madrid desde 10 días antes al concierto del pequeño repelente Justin Bieber.
Después compruebo
que Antena3, siempre ojo avizor a la noticia
de actualidad, o simplemente parte interesada en la promoción del
acontecimiento, pasaba casi diariamente imágenes de las chavalas, de su
campamento, sus pertenencias, y al final, la consabida canción del chavalín
canadiense a pleno pulmón por las chicas.
El caso empezaba a
interesarme realmente
Un día aparecen padres
de las susodichas, totalmente rendidos a los encantos de sus pequeñas princesas.
Todos ellos habían accedido a que las crías perdieran cerca de 15 días de clase
para estar las primeras en la cola, y lo explican orgullosos a cámara.
“Me saca todo notas estupendas, cómo se lo voy a negar” comentaba
una abnegada madre, mientras su retoño nos enseña la caja de cartón en la que
lleva durmiendo este tiempo.
Antena3, atenta a la más
mínima opción de crear alarma social, entrevista a un psicólogo. La cosa ha
tomado una proporción desmesurada y parece necesaria la opinión de un experto,
que no hace sino decir en voz alta lo que todos tenemos en mente “…la culpa es de la excesiva permisividad de
esos padres…”
El fenómeno fan
histérica es tan (pop)rockero como el cuero o las caras B. A Elvis se le
desmayaban, y los Beatles contaban
como en 1965, en el Shea Stadium de
Nueva York, no se oían entre ellos de los gritos ensordecedores del público.
Histeria y obsesión de
las rock fans que se escapaban de casa a pasar la noche en el aeropuerto o a la
puerta del concierto, contra viento y marea. Rebeldía adolescente pura y dura ante
esos adorados semidioses que por unas horas podían pasar a tu lado y dejarte
disfrutar de cómo huele el cielo, su cielo, el cielo de sus entrepiernas (ups,
que me voy)
Die hard fans que
destrozaban revistas allá por donde la cara de sus ídolos apareciera, que
bloqueaban la televisión para interceptar los escasos minutos en que éstos aparecían
en ella, nombres hechos con cuchillas en los brazos. Cualquier cosa era un
trofeo ganado con sangre. Con pasión.
El Rey si que sabía cómo se hace.... |
El chaval éste tiene una
cuenta de twitter con más de 33 millones de seguidores, una película sobre su
meteórico ascenso a la fama, montones de directos a la venta y ha editado tres
discos en poco más de 5 años. No ha acabado de cortarse la uña del dedo gordo
del pie (Biefeet) cuando el número de twits al respecto alcanza las 6 cifras,
colapsando las líneas con mensajes de apoyo fervoroso ante tal noticia.
La obsesión fanática con
el ídolo tiene mucho de personal, de llenar los huecos con tus propias
expectativas, (los highlights son: 1) que
se enamore de ti, 2) te componga canciones 3) te lleve de juerga una noche y te
cuente su vida 4) te lleve con él de gira como músico, amante o ambos) Los
músicos se convierten en seres casi mitológicos cuando cada uno completa la
imagen pública con sus aportaciones. Exagera rumores y se cree o no lo que le
interesa.
El niñato canadiense viene
preparado en cómodas dosis, que funcionan de muerte como cebos de fan fatal.
Todo está mascado y triturado para que no te atragantes. Se expone una y mil
veces y produce cantidades letales de videos y música varia para secar las
huchas de toda una legión de fans irredentas, las “beliebers”, creyentes en el
dios Bieber, lo más parecido a esas sectas de túnica, rescates intergalácticos
y sacacuartos.
Fans descafeinadas las
de hoy en día, que acuden a la puerta con permiso de papá y adoran a la última hornada
industrial de inocentes y castos cantantes manufacturados e intercambiables.
La sobreexposición
tóxica que sublima actos mundanos (el niñato se corta el pelo y media humanidad
púber grita) perpetrados por este tipo de artistas de centro comercial.
Ya no sólo por su
música, Bieber es esa tienda de fundas de móvil que está en todas las grandes
superficies.
4 comentarios:
Otro sacacuartos
ups, que me voy
Nada como las groupies de cocksucker blues.
http://m.youtube.com/#/watch?v=y6CWapkc9Lc&desktop_uri=%2Fwatch%3Fv%3Dy6CWapkc9Lc
Ay las groupies...eso se merece otro apartado completo.
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