miércoles, 14 de mayo de 2008

La Maldición... Cp. 2


Enid abrió los ojos, lo justo para desmayarse de nuevo al ver al señor Sogoth poniendo perdido el felpudo recién comprado, la envidia del barrio.
- ¡¿ Qué esta pasando? ¿Que digo que qué pasa?!- gritaba desde el sofá el señor Sylvermann, sin caer en que podía levantarse para averiguarlo por si mismo.
Mientras, Sylvia sentía como si un pulpo gigante la estuviera abrazando con sus enormes tentáculos, una sensación muy desagradable, algo así como compartir un bol de cereales con alguien zurdo.
- ¡Por fin!.- gritaba y gritaba don Sogoth.
Entonces Sylvia sintió miedo, sensación que se unió rápidamente al odio y la repugnancia, además de al picor que hacia tiempo experimentaba en aquella situación.
Empujó a Don Sogoth lo más fuerte que pudo, sin saber que eso era mucho. El dueño de la mayor empresa láctea del universo conocido se estrelló contra su Rolls después de salir despedido de la puerta de los Sylvermann por Sylvia. La muchacha estaba tan sorprendida como todos los presentes, quizás ellos algo más, ya que la fuerza realizada en el lanzamiento había hecho que el sujetador se rompiese y un seno escapara de la blusa. Abofeteó a uno de los guardaespaldas destrozando el casco y cuando iba a golpear al otro que estaba mas cerca éste se tiró al suelo abrazando sus propias piernas y entonando la tabla de multiplicar del 7.
Robertson vio todo esto desde la calle, casi más sorprendido por el mal gusto en la decoración de la casa que en la superfuerza de la chica, pero cuando ella lo miró, un segundo antes de saltar y salir por el tejado de la casa abriendo un agujero a través del techo, él comprendió que se había enamorado.
Sylvia se alejó dando saltos gigantes al tiempo que el resto de los guardaespaldas ayudaban a Don Yog Sogoth a levantarse, y solo sus gritos de desesperación se oían mas que los de el señor Sylvermann, que ansiaba saber lo que pasaba.
- ¡Ahhhhh! ¡Es imposible! ¡No dejéis que se escape, estúpidos , u os arrancaré las cabezas a todos y tendréis que poneros el casco en el culo!-
Los motoristas salieron a toda pastilla del jardín, removiéndolo aún más.
Clarence se acercó a su jefe.
- No me esperaba esto, Robertson, unas ancas de rana, dedos palmeados, lo normal. Pero superfuerza no, eso es algo extraño, ¿no te lo parece?.-
Clarence no podía pensar en lo que le decía, sólo veía la boda con Sylvia, y los hijos que tendrían, si alguien les explicaba como se hacían, claro.
- ¡Escúchame o te arranco la cabeza! ¡ Interroga a la familia e intenta dar con ella!.-
Don Sogoth se volvió para montar en un Rolls nuevo que acababa de llegar , mientras una máquina portátil de aplastar coches hasta hacerlos confeti se hacía cargo del coche abollado.
- ¡Clarence, subnormal!.-
Clarence no podía evitar emocionarse cada vez que se le alababa.
- Estúpido, te dejo aquí a Brown, él te echara una mano, o una pata, o lo que sea.-
El tal Brown era uno de los motoristas. No parecía demasiado inteligente, ni tampoco demasiado idiota. La verdad es que por no parecer ni siquiera parecía una jirafa, el animal preferido de Robertson, por lo que ya desde al principio se llevó una decepción.
- Pasemos dentro Brown.-
Enid seguía tumbada en las escaleras que daban a la puerta de la calle. Ya no estaba desmayada, pero la postura le resultaba muy cómoda y decidió quedarse allí y dormir un rato.
Perry miraba la tele y se sorprendió al ver entrar a la pareja de desconocidos, pero en breves instantes siguió a lo suyo. Un aparato de licuar pollos le tenía ensimismado.
- ¡Otra genial idea que me chafan esos malditos ejecutivos!.- se dijo.
- ¡Ejem!- Robertson intentaba llamar la atención del señor Sylvermann. - Oiga, ¿puede atenderme un momento?.-
Perry miró entonces a Robertson, pendiente de lo que este pudiera preguntarle. La televisión había sufrido una avería, provocada por la patada de Brown, que la hizo caer contra el suelo. Ya nada lo distraía.
- ¿Si?. – contestó dispuesto .
- Bien, solo será un momento, ¿Es usted Perry Sylvermann?.-
Antes de un segundo Brown agarró al interrogado por el cuello desde atrás con el cable del teléfono inalámbrico y comenzó a apretar.
- ¡Habla antes de que se nos acabe la paciencia, mamonazo!.-
- Suéltale Brown, parece que sabe algo.-
- S- Si... Soy ... Sylvermann, Perry Sylvermann.- dijo Perry mientras su cara abandonaba un color violáceo intenso que no pegaba nada con sus mocasines.
- De acuerdo. Ya estamos terminando. ¿Quién ese esa preciosidad rubia que ha salido como disparada de su casa, señor Sylvermann?-.
-¡Contesta ¡.- le gritó Brown volviendo a apretar la cuerda
- Sylvia, se llama Sylvia. Es mi hija- grito aterrorizado justo cuando en su cara se dibujaba nítidamente un unicornio albiceleste. Brown soltó el cable, pero no se alejó mucho del señor Sylvermann.
- De modo que Sylvia es tu nombre, oh amada mía.- dijo Clarence para si mismo, pero sin evitar que un aprendiz de ebanista que pasaba por allí le oyese y se riera de él por cursi.
- ¿Sabe usted a donde puede haber huido, papá....Digoooo señor Sylvermann?.-
- ¿Quién?. Preguntó extrañado Sylvermann, mirando la cuerda de refilón.
- Sylvia.- respondió Clarence.
- ¿Qué Sylvia?.- Volvió a preguntar.
- Sylvia, su hija.-
- Yo no tengo...- comenzó a decir - ¡Ay! Claro, se refiere usted a Sylvia.- dijo después de darse un sonoro golpe en la frente con la palma de la mano de Brown.
- No tengo ni idea de donde puede estar. Yo solo soy su padre, no hablo mucho con ella-
- Pero.- insistió Clarence - ¿Nunca la ha oído nombrar algún sitio especial, no se, la casa de una buena amiga, algo de ese estilo?.-
- ¿A quién?.- contestó Perry.
- Vámonos Brown.- Dijo Robertson con tono de aburrimiento.
- Yo creo que si le arrancamos las orejas nos dirá su fecha de nacimiento completa.- le dijo Brown al oído a Clarence.
- No es necesario, por ahora. Vamos a registrar la habitación, quizás encontremos algo de su ropa interi... Quiero decir, alguna pista.-

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