La campanilla que había sobre la puerta del establecimiento Ludwig sonó cuando Mark Stanton entró en ella. Llevaba yendo a ese lugar a comprar tornillos toda su vida, igual que había hecho su madre, y antes de ella su abuela. Poco importaba que Ludwig fuera una charcutería.
La abuela decía que había que llevarse bien entre alemanes, ya que nunca se sabia cuando te iba a hacer falta una salchicha gigante, una jarra de cerveza de desayuno de dos litros y medio o un poco de antisemitismo. También decía que si debía odiar algo era la mayonesa y al final de su larga vida solo usaba la palabra “fulanitas”, tanto si se le preguntaba su opinión sobre las vecinas de calle abajo como cuanto tiempo les faltaba a las glockespiegel de carne para estar en su punto.
El verdadero apellido de Mark era Krotenschwanz, traído por su abuelo desde Berlín en varias maletas, ya que era muy pesado. Una vez aquí decidió que era muy largo para América, sobre todo para sus camas, donde la K y la Z colgaban siempre de los lados. Esto indignó a la abuela, fiel a sus raíces, que se calmó cuando el abuelo dijo que sólo lo acortaría.
Mark esperó a que una cliente acabara su compra para acercarse al mostrador .
- ¿Qué hay, señor Rickle?.-
- Ah, joven Stanton, no se donde iremos a parar .- suspiró
- ¿Qué le ocurre señor Rickle, otra vez ha tenido aquel sueño en que baila un vals con un avestruz y acto seguido se ha convertido en el water de Hitler?.-
- No, jovencito, mucho peor. La incultura, Stanton, la incultura de este país.- dijo lamentándose.
- No entiendo.- contestó Mark, su respuesta para la mayoría de las frases ajenas.
- ¿Es que no lo ves, ni siquiera tú, que eres alemán como yo?.-
La cara de no comprender nada de todo aquello que Mark enarbolaba le hizo continuar hablando.
- ¿Cómo me llamo, joven Stanton?.-
- Señor Rickle.- contestó Mark rápidamente.
- Si, pero el nombre completo.-
- Ludwig van Rickle , señor.- contestó de nuevo Mark, satisfecho de sabérselas todas.
- ¿ Y...? – preguntó Rickle sacando con sacacorchos la respuesta del joven.
- Y... ¿Qué?- respondió preguntando Mark, pensando que esa había sido la pregunta más corta que le habían hecho en su vida.
- Ludwig van, Ludwig van, como Beethoven, por el amor de Dios.- contestó Ludwig casi indignado.
- Ahhhhhh. Si, me suena de algo.- mintió Mark.
- ¡Ves! Hasta a ti te suena. ¿Crees que la gente se burla de mi? ¿Que me hace gracias con mi nombre? ¿Que me pregunta “Ludwig, te has equivocado de negocio, deberías vender pianos”?¿O “ Oye Ludwig, ponme un poco de salami y tres sinfonías”? ¿ Lo hacen, lo hacen?.- El señor Rickle se había incorporado tanto sobre el mostrador que casi tocaba la nariz de Mark con la suya .
- ¿No?.- aventuró Mark cada vez mas agobiado por este interrogatorio para el que no le habían dejado prepararse.
- ¡Claro que no! ¡Nadie me dice una palabra! ¡ Nadie piensa en mi nombre y recuerda que me llamo igual que Beethoven!.- dijo recostándose otra vez contra la estantería de la parte interior del mostrador.
- Ya veo.- dijo Mark mientras volvía de espaldas a la puerta de salida.
- Pero oye ¿Dónde vas?. ¿No quieres nada? .- preguntó en señor Rickle.
- No, déjelo, acabo de recordar que tengo tornillos suficientes para lo que necesito.-
Ludwig van Rickle miró como se alejaba el muchacho. Cuando volvió la vista se encontró delante una señora .
- ¡Inculta!.- le espetó en la cara.
La abuela decía que había que llevarse bien entre alemanes, ya que nunca se sabia cuando te iba a hacer falta una salchicha gigante, una jarra de cerveza de desayuno de dos litros y medio o un poco de antisemitismo. También decía que si debía odiar algo era la mayonesa y al final de su larga vida solo usaba la palabra “fulanitas”, tanto si se le preguntaba su opinión sobre las vecinas de calle abajo como cuanto tiempo les faltaba a las glockespiegel de carne para estar en su punto.
El verdadero apellido de Mark era Krotenschwanz, traído por su abuelo desde Berlín en varias maletas, ya que era muy pesado. Una vez aquí decidió que era muy largo para América, sobre todo para sus camas, donde la K y la Z colgaban siempre de los lados. Esto indignó a la abuela, fiel a sus raíces, que se calmó cuando el abuelo dijo que sólo lo acortaría.
Mark esperó a que una cliente acabara su compra para acercarse al mostrador .
- ¿Qué hay, señor Rickle?.-
- Ah, joven Stanton, no se donde iremos a parar .- suspiró
- ¿Qué le ocurre señor Rickle, otra vez ha tenido aquel sueño en que baila un vals con un avestruz y acto seguido se ha convertido en el water de Hitler?.-
- No, jovencito, mucho peor. La incultura, Stanton, la incultura de este país.- dijo lamentándose.
- No entiendo.- contestó Mark, su respuesta para la mayoría de las frases ajenas.
- ¿Es que no lo ves, ni siquiera tú, que eres alemán como yo?.-
La cara de no comprender nada de todo aquello que Mark enarbolaba le hizo continuar hablando.
- ¿Cómo me llamo, joven Stanton?.-
- Señor Rickle.- contestó Mark rápidamente.
- Si, pero el nombre completo.-
- Ludwig van Rickle , señor.- contestó de nuevo Mark, satisfecho de sabérselas todas.
- ¿ Y...? – preguntó Rickle sacando con sacacorchos la respuesta del joven.
- Y... ¿Qué?- respondió preguntando Mark, pensando que esa había sido la pregunta más corta que le habían hecho en su vida.
- Ludwig van, Ludwig van, como Beethoven, por el amor de Dios.- contestó Ludwig casi indignado.
- Ahhhhhh. Si, me suena de algo.- mintió Mark.
- ¡Ves! Hasta a ti te suena. ¿Crees que la gente se burla de mi? ¿Que me hace gracias con mi nombre? ¿Que me pregunta “Ludwig, te has equivocado de negocio, deberías vender pianos”?¿O “ Oye Ludwig, ponme un poco de salami y tres sinfonías”? ¿ Lo hacen, lo hacen?.- El señor Rickle se había incorporado tanto sobre el mostrador que casi tocaba la nariz de Mark con la suya .
- ¿No?.- aventuró Mark cada vez mas agobiado por este interrogatorio para el que no le habían dejado prepararse.
- ¡Claro que no! ¡Nadie me dice una palabra! ¡ Nadie piensa en mi nombre y recuerda que me llamo igual que Beethoven!.- dijo recostándose otra vez contra la estantería de la parte interior del mostrador.
- Ya veo.- dijo Mark mientras volvía de espaldas a la puerta de salida.
- Pero oye ¿Dónde vas?. ¿No quieres nada? .- preguntó en señor Rickle.
- No, déjelo, acabo de recordar que tengo tornillos suficientes para lo que necesito.-
Ludwig van Rickle miró como se alejaba el muchacho. Cuando volvió la vista se encontró delante una señora .
- ¡Inculta!.- le espetó en la cara.
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