jueves, 19 de diciembre de 2013

The world's end




Just what is it that you want to do?

We wanna be free
We wanna be free to do what we wanna do
And we wanna get loaded
And we wanna have a good time
That's what we're gonna do
(No way baby let's go)
We're gonna have a good time
We're gonna have a party

En aquel lejano 1966, Peter Fonda, el cabreado líder motero, joven y rebelde, describe así sus aspiraciones en “Wild Angels”, producto de Roger Corman, mientras Nancy Sinatra se agarra fuerte para no caerse

“¿Qué es lo que quereis?/ Queremos ser libres./Queremos ser libres para hacer lo que queramos./Y queremos emborracharnos/Y queremos pasarlo pasarlo bien/Eso es lo que queremos”

Ante la pregunta del viejo que no comprende el estupendo sinsentido de la conducta juvenil, Fonda declama el conjuro de la eterna juventud, porque si eres joven y no quieres emborracharte y pasarlo bien y que te dejen en paz ¿para qué cojones quieres ser joven?
En 1988 Mudhoney ya samplea el speech en el tema “In 'n' Out of Gracepara su debut destroyer y rebosante de mala hostia de esa que solo tienes con veinte años.
Pero el grunge enseguida derivó en angustia vital y mal rollo. La verdadera fiesta se preparaba en Inglaterra, y todo el mundo estaba invitado. La bola Madchester está a punto de estallar, los Happy Mondays lanzaban al mundo su mensaje lisérgico en “Pills’n’ thrills and bellyaches”, las raves ni siquiera se llaman así todavía, y emborracharse (o colocarse o lo que sea) y pasarlo bien parecía estar más de moda que nunca. Nos encontramos de nuevo con las palabras mágicas, esta vez en ese homenaje al desfase absoluto y psicodélico que es “Screamadelica” de Primal Scream.
El tema de sincero título “Loaded” se abre con las palabras de Fonda, y ser joven era, una vez más, algo increíble y único.

Cinco tíos entran en un bar...y se desencadena el apocalipsis

“¿Alguna noche has salido y la cosa empezó como siempre pero terminó siendo la mejor noche de tu vida?”
Con esta frase, y en ese verano de 1990, comienza “The world’s end”, la obra maestra que cierra la Three flavour cornetto trilogy que se han mascado Simon Pegg y Edgar Wright, con la inestimable ayuda del estupendo Nick Frost.
Y mi película favorita del año.
Difícil contenerme y no destripar cada memorable detalle de esta comedia perfecta y acojonante.
Cinco amigos del instituto se reúnen de nuevo 20 años después para terminar la Milla de Oro, la ruta que une los 12 pubs del pueblo donde viven, a pinta (como mínimo) por pub.
Las vidas de cada uno han cambiado. Familias, trabajos, obligaciones varias llenan sus nuevas vidas. Al menos de cuatro de ellos, porque todo grupo de caballeros debe reunirse alrededor de un rey, y en este caso tenemos a Gary King, el eterno adolescente, el líder egoísta y egocéntrico que no ve más allá de su interés. El único del grupo que viste igual, vive igual, sigue enamorado de Sisters of Mercy y aspira a lo mismo que en aquellos días, be free, be loaded, have a good time.
Primal Scream estalla en los créditos iniciales mientras un vaso de pinta lleno de rubia espumosa nos descubre el título de la peli impreso en el cristal, y yo ya estoy casi llorando de la emoción.
De ahí al apocalipsis alienígena a ritmo noventas inglés mientras todo se empapa de cerveza hay sólo un paso.
Que hijos de puta. Una vez más Pegg y Wright nos han traído por un camino que creíamos conocido para enseñarnos detalles que nunca habíamos visto. Cabrones muy buenos que han llenado la película de capas y más capas de detalles a los que agarrarte. Cruce entre comedia de tíos que bregan como pueden con la madurez y la ciencia ficción cincuentera, entre el síndrome de Peter Pan y el mito del héroe…
Todo un himno genial al individuo, a lo original que tenemos a pesar de la edad, a la diferencia contra la norma, ya sean los zombies de “Zombies party”, los pueblerinos excesivamente pulcros de “Arma fatal” o alienígenas. Contra las abusivas clausulas de aceptación que impone la sociedad, contra la globalización tecnológica e internetera, esos pasos que vamos dando poco a poco hacia la masa homogénea. New world order
Y es que ser fiel a uno mismo no es colgarse con tiempos mejores, como Gary King debe aprender. Independientemente de modas o edades, como el tatuaje de Sisters, el Rey debe seguir siendo el Rey.

Gary King tiene las claves para alcanzar lo que deseas


Con un montaje rápido y entrecortado (geniales las escenas de lucha), Edgar Wright hace avanzar rápidamente la increíble trama agarrándote desde el principio, siempre subido espaldas del alucinante Simon Pegg. Increíble encarnación del Peter Pan definitivo, su Gary King es ya un personaje de culto inolvidable.
Le sigue de cerca, como no, el inseparable Nick Frost, en un contenido papel, al menos hasta que la bestia se desata.
El resto de los colegas cumple a la perfección, arañando cada minuto de gloria que dejan los dos monstruos anteriores, ajustándose a sus “tópicos” papeles lo justo para engrandecer la historia hasta el hiperespacio. Martin Freeman, Paddy Considine y Peter Page como el organizado, el ligón y el tímido que todo supergrupo debe tener. Y Rosamund Pike es, cómo no, la necesaria bella del cuento, una para nada indefensa heroína pretendida por dos de nuestros maestros cerveceros.
Como era de esperar toda esta épica historia (perdón ¿el fin del mundo no es algo épico?) está contada al compás de clásicos del pop rock inglés de las dos últimas décadas. Cojonuda selección para un uso aún más cojonudo. Desde los inefables Primal Scream y Happy Mondays (twistin’ the melon man!…), hasta Suede, Inspiral Carpets, Stone Roses, Soup Dragons o unos apoteósicos Sisters of Mercy. Además de esa  auténtica oda al bebercio que es “Whiskey bar” de The Doors.
Y la cerveza… nuestros arriesgados héroes se pasan más de la mitad de la película borrachos, de pinta en pinta. El líquido elemento es un personaje más, crucial para la trama. Y es que los ingleses se toman muy en serio eso de trasegar cervezos, tanto que casi es de mala educación no beberte unas cuantas mientras ves la peli, prepara la nevera.

Frost, Wright y Pegg, los autenticos tres sabores


No sé si la comedia inglesa es ahora mejor que nunca (Python aparte…) o simplemente me encanta, pero adoro ese humor entre cruel y distante, esa mala hostia entrañable con un gusto retorcido, extraño.
Escéptico ante la capacidad de la pareja Wright/Pegg a la hora de afrontar esta historia me quito el sombrero, me bajo los pantalones y corro alrededor de la calle emocionado. Han conseguido ampliar aún más el universo particular que llevan cultivando desde aquella genialidad televisiva que fue “Spaced”. “The world’s end” es otra vuelta de tuerca a los géneros que parecía imposible después de la magistral “Zombies party” sobre todo, y la injustamente infravalorada “Arma fatal”.
Pero sobre todo es, como las otras dos, una película sobre la amistad.



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