viernes, 22 de marzo de 2013

Fan Fatal



"I'm a Beatle maniac!"


“Había sólo una persona en los Estados Unidos a la que realmente queríamos conocer – no estoy tan seguro de que él quisiera conocernos a nosotros – y ese era Elvis. Es difícil describir lo que sentíamos por él. Simplemente lo habíamos idealizado tanto.”
John Lennon, 1965.

Hace unas semanas, viendo el telediario, entre las habituales señales apocalípticas una noticia anecdótica me saltó a la cara.
Una docena de jóvenes cuasi adolescentes, de 14 a 16 años, acampaba en las puertas del Palacio de los Deportes de Madrid desde 10 días antes al concierto del pequeño repelente Justin Bieber.
Después compruebo que  Antena3, siempre ojo avizor a la noticia de actualidad, o simplemente parte interesada en la promoción del acontecimiento, pasaba casi diariamente imágenes de las chavalas, de su campamento, sus pertenencias, y al final, la consabida canción del chavalín canadiense a pleno pulmón por las chicas.
El caso empezaba a interesarme realmente
Un día aparecen padres de las susodichas, totalmente rendidos a los encantos de sus pequeñas princesas. Todos ellos habían accedido a que las crías perdieran cerca de 15 días de clase para estar las primeras en la cola, y lo explican orgullosos a cámara.
Me saca todo notas estupendas, cómo se lo voy a negar” comentaba una abnegada madre, mientras su retoño nos enseña la caja de cartón en la que lleva durmiendo este tiempo.
Antena3, atenta a la más mínima opción de crear alarma social, entrevista a un psicólogo. La cosa ha tomado una proporción desmesurada y parece necesaria la opinión de un experto, que no hace sino decir en voz alta lo que todos tenemos en mente “…la culpa es de la excesiva permisividad de esos padres…” 
El fenómeno fan histérica es tan (pop)rockero como el cuero o las caras B. A Elvis se le desmayaban, y los Beatles contaban como en 1965,  en el Shea Stadium de Nueva York, no se oían entre ellos de los gritos ensordecedores del público.
Histeria y obsesión de las rock fans que se escapaban de casa a pasar la noche en el aeropuerto o a la puerta del concierto, contra viento y marea. Rebeldía adolescente pura y dura ante esos adorados semidioses que por unas horas podían pasar a tu lado y dejarte disfrutar de cómo huele el cielo, su cielo, el cielo de sus entrepiernas (ups, que me voy)
Die hard fans que destrozaban revistas allá por donde la cara de sus ídolos apareciera, que bloqueaban la televisión para interceptar los escasos minutos en que éstos aparecían en ella, nombres hechos con cuchillas en los brazos. Cualquier cosa era un trofeo ganado con sangre. Con pasión.

El Rey si que sabía cómo se hace....

El chaval éste tiene una cuenta de twitter con más de 33 millones de seguidores, una película sobre su meteórico ascenso a la fama, montones de directos a la venta y ha editado tres discos en poco más de 5 años. No ha acabado de cortarse la uña del dedo gordo del pie (Biefeet) cuando el número de twits al respecto alcanza las 6 cifras, colapsando las líneas con mensajes de apoyo fervoroso ante tal noticia.
La obsesión fanática con el ídolo tiene mucho de personal, de llenar los huecos con tus propias expectativas, (los highlights son: 1) que se enamore de ti, 2) te componga canciones 3) te lleve de juerga una noche y te cuente su vida 4) te lleve con él de gira como músico, amante o ambos) Los músicos se convierten en seres casi mitológicos cuando cada uno completa la imagen pública con sus aportaciones. Exagera rumores y se cree o no lo que le interesa.
El niñato canadiense viene preparado en cómodas dosis, que funcionan de muerte como cebos de fan fatal. Todo está mascado y triturado para que no te atragantes. Se expone una y mil veces y produce cantidades letales de videos y música varia para secar las huchas de toda una legión de fans irredentas, las “beliebers”, creyentes en el dios Bieber, lo más parecido a esas sectas de túnica, rescates intergalácticos y sacacuartos.
Fans descafeinadas las de hoy en día, que acuden a la puerta con permiso de papá y adoran a la última hornada industrial de inocentes y castos cantantes manufacturados e intercambiables.
La sobreexposición tóxica que sublima actos mundanos (el niñato se corta el pelo y media humanidad púber grita) perpetrados por este tipo de artistas de centro comercial.
Ya no sólo por su música, Bieber es esa tienda de fundas de móvil que está en todas las grandes superficies.

4 comentarios:

La moto de Jack dijo...

Otro sacacuartos

Alice in chains dijo...

ups, que me voy

zihc dijo...

Nada como las groupies de cocksucker blues.

http://m.youtube.com/#/watch?v=y6CWapkc9Lc&desktop_uri=%2Fwatch%3Fv%3Dy6CWapkc9Lc

Wayne Gro dijo...

Ay las groupies...eso se merece otro apartado completo.