Argenon Moore estaba tumbado en la cama, en la casa que compartía con sus padres y con unos “indefinidos seres miriápodos” como llamaba su tío Neil a dos inmigrantes ucranianos realquilados.
Miraba al techo y dejaba vagar su mente, es decir, pensaba en chicas. Concretamente en ese momento en Violet Harper, una chica de sus mismos 21 años que había entrado este año en una de sus clases.
Pensaba en lo que le gustaría hacerle, en lo que le gustaría que ella le hiciera, en lo que podrían hacer juntos, en lo que podrían hacer ella, él, la sección de viento de la filarmónica de Londres y unos cuantos fontaneros.
Y como no, se tocaba, por que Argenon era un chaval sano que había descubierto que los tocamientos íntimos le aportaban una paz interior y una serenidad casi mística. Lo que quizás podría reprocharsele al respecto es su excesiva afición a este tipo de distracción, llegando a robarle horas de sueño. No se podía negar que era un chico entregado.
Pero aquella tarde las cosas transcurrieron de un modo sutilmente distinto. No era el hecho de que estuviera solo en casa, ni tampoco alteraciones en el papel higiénico ( un solo rollo, su madre volvería pronto) lo que alteró la rutina. Argenon se entregó a su afición con la energía de siempre cuando en el momento álgido todas las chicas desaparecieron de la imagen y se vió a sí mismo desnudo en un coche con forma de perrito caliente a toda velocidad por una avenida muy ancha. Siguiéndole, montones de coches pequeñitos, de esos que tienen matrícula de motocicleta. Su salchica-móvil no parecía muy rápido y los cochecitos le pisaban los talones, en especial uno que conducía un hombre gordo, por no decir seboso, desagradable por no decir repugnante. Éste aceleró hasta ponerse a su altura y le hizó una señal para que bajase la ventanilla. Argenon obedeció y el hombre le gritó
- ¡Te arrancaré la cabezaaaaa!-
El resto de los coches comenzaron a rodearlo, parecían muy veloces. Muchos iban conducidos por hombres vestidos de negro, menos uno que llevaba Nick Nolte. Uno a uno comenzaron a adelantarlo, enseñándole un letrero que llevaban en el cristal trasero: “SYLVIA SYLVERMANN”, “NEW JERSEY”, “ACANTILADO”, “FIN DEL MUNDO A MANOS DE ALGO ANTERIOR A TODO”, “NABUCODONOSOR”, “PICAZÓN” y algo que no entendió bien porque la imagen se desvaneció.
Argenon dió un bote. Dejó el papel en la mesilla. Aquello distaba mucho de ser una de sus habituales fantasias estimulantes, incluso en aquella con perros y Richard Nixon las cosas no se habían salido tanto de madre como ahora.
- Otra vez no, joder.- Exclamó.
¿Otra vez no qué? Se preguntarán estupefactos las miriadas de lectores de esta magna obra. Eso y otras muchas cosas se explicarán a continuación, no sin antes aprovechar la intromisión para recomendarles que sean mejores personas; no abandonen animales, que esta muy feo; vistan con colores vistosos y no escupan en la calle, que eso esta más feo todavía.
No hay comentarios:
Publicar un comentario