viernes, 8 de agosto de 2008

Evolución 0.2

El módulo de emergencia de la nave madre no era un medio muy apropiado para viajar largas distancias a taves del espacio, pero había que intentarlo.
Juan, el último tripulante de la nave El Cano II se lanzó a la desesperada en el minúsculo aparato siguiendo su instinto.
Después de repasar por enésima vez los datos que ofrecía el sistema de radar de la nave, y compararlas con los millones de mapas archivados y ajustados de manera automática por el gigantesco cerebro central de El Cano dedujo que se encontraba a un paso de casa, al lado del planeta Tierra. La nave había sufrido numerosos desperfectos con el devenir de los años y no ofrecía la fiabilidad de antaño. Podía estar en realidad a miles de años luz de donde pensaba. Pero Juan tenía un pálpito. Después de incontables años (¿siglos quizá? nunca lo sabría) de vagar por el universo, había regresado. Pasó por alto las mediciones que informaban de la inexistencia de materia orgánica en el sector pensando que se trataba de otro fallo del deteriorado sistema
Sólo quedaba él y la nave no tendría energía para mucho más, de modo que cargó como pudo el módulo de escape y emprendió el camino, quizás el último, de vuelta casa.
Su intuición no le había fallado. Los gigantes exteriores del Sistema Solar le saludaron mientras El Cano iba reduciendo su velocidad. La imagen era algo distinta a lo que Juan recordaba. Júpiter y los demás se habían alejado aún más del centro, y el Sol brillaba con un color rojizo al fondo de la imagen.
El Cano paró sus motores algo más lejos de un estropeado Marte, que colgada desquebrajado por millones de impactos de asteroides con apenas la cuarta parte del diámetro que conocía.
Juan, sin forzar la maquinaria del pequeño aparato, empezó a adivinar en la distancia la forma de su planeta natal que se acercaba lentamente. Calculó que en treinta minutos podría estar en órbita sobre él.
Aunque obviamente ya no quedara ni rastro de todo lo que él había conocido, la sensación de euforia por regresar al fin era incontenible. Comenzó a llorar.
Avanzaba rápidamente y ya empezó a distinguir formas. Advirtió con ligera extrañeza que a la Tierra le salían una especie de bultos. El color dominante era el gris, con brillos ocres, que se volvían rojizos por la luz del sol.
Juan pensó que la contaminación, que ya casi había devastado el planeta cuando él salió, debía de haber ido a más.
Pero según la nave se iba acercando Juan vió lo que ocurría en realidad, algo muy distinto de lo que se podía imaginar.
Los bultos que veía eran enormes construcciones compuestas de millones de tuberías que ascendían desde la superficie hasta casi tocar la parte exterior de la atmósfera. Desde su perspectiva veía cinco de esas gigantescas estructuras, pero seguramente habría más. De algunas de ellas le pareció ver llamaradas, pero en general parecían inoperantes. Cada una tendría una base como Europa más o menos y Juan pensó cómo sería el terreno donde se asentaban. Pronto se desveló su duda: la superficie total de la tierra estaba cubierta de cemento. En algunas zonas tan amplias como España parecía haber baldosas o algún tipo de recubrimiento. Éstas manchas se distribuían de manera aleatoria por toda la superficie y Juan pensó que en el pasado todo el planeta pudo haber estado alicatado.
Tuberías corrian a lo largo de toda la superficie y tubos, cables y postes metálicos brutales unían las grandes estructuras entre si a lo largo de centenares de kilómetros. Depósitos ciclópeos, turbinas, edificios enormes y miles de edificaciones industriales de todo tipo se repartían sobre el árido suelo de cemento.
Juan se dio cuenta de que la razón por la que podía ver eso con tanta claridad era por que la tierra ya no tenía atmósfera. No había nubes a su alrededor por que las mediciones de El Cano eran ciertas: no existía vida. Ya no había árboles que crearan oxígeno, y por tanto no había animales que respiraran ese oxígeno.
Juan comprendió lo que había ocurrido Los Operarios habían acabado su trabajo. Habían alicatado, entubado, construído y electrificado toda la tierra, y después la habían abandonado a la busca de otro mundo que conquistar a su metódica manera.
Juan siguió llorando, esta vez de rabia, esperando el momento de estrellarse contra la bola de cemento que una vez fué su hogar.

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