La niña miró su reloj, donde las manos de un ratón antropomórfico señalaban las horas y los minutos. Todavía no calculaba bien el paso del tiempo, pero estaba casi segura de que llevaban mucho tiempo en aquel lugar.
Levantó la mirada siguiendo la mano que cogía la suya y preguntó después de tirar como si fuera una campana.
- Papa ¿Qué esperamos?
- El autobús, nena.
La niña miro a su alrededor, unas veinte personas de todas las edades y aspectos compartían con ellos la pequeña marquesina adosada a un banco que hacía las veces de refugio ante la intemperie en la parada.
- ¿Cuánto le falta? – volvió a preguntar.
- No lo sé, nena.
- Nadie lo sabe, guapa. - añadió un hombre que estaba detrás de ellos.
Mientras se acercaba se iba a afeitando con una maquina eléctrica. La ropa arrugada y el pelo desaliñado parecían indicar que había dormido en el banco.
- ¿Cómo que nadie lo sabe? – preguntó de nuevo la niña buscando la mirada de su padre.
- Es verdad, nena, nadie lo sabe del todo.
La niña se giró a mirar el cristal que había de trasera en la marquesina. Ocupando casi toda la extensión estaba pegado un cartel abarrotado de líneas de colores, números y letras.
- ¿Qué es eso, papá?. – preguntó señalando el cartel. Todavía no se le daba muy bien leer.
- Son los horarios de los autobuses. Ahí pone cuando van a venir.
- Supuestamente. – añadió el hombre, que ya había acabado de afeitarse.
- ¿Es verdad eso que cuentan? ¿Que el horario y trazado de las líneas las diseñó un enfermo mental?. – preguntó un muchacho de unos 17 años, viendo un lugar donde saciar su curiosidad acerca del tema.
- Nadie lo sabe.- comenzó a contestar el hombre recién afeitado – Se dice que era un trabajador del ayuntamiento que se volvió loco después de cambiar mil veces el diseño de los carteles. Los concejales, el alcalde, los jefes, otros compañeros, todo el mundo opinaba y pedía cambios.
- Dicen que llegó un momento en que el hombre desapareció de las oficinas. – el padre continuó la historia - Nadie supo nada de él hasta que llegaron los carteles de la imprenta al ayuntamiento.
Los dos hombres y el muchacho miraron a la vez al cartel.
Las líneas de colores se cruzaban sin parar alrededor de puntos con los nombres de las calles. Largos cuadros de horarios se superponían con los puntos, uniendo varios de ellos en los que parecía un esquema tridimensional. Las rayas de más de veinte tonos giraban en todo tipo de ángulos, se retorcían y algunas hasta creaban espirales. Negras flechas marcaban el sentido de la ruta, pero no era raro ver flechas enfrentadas, o señalando los dos sentidos a la vez. Las líneas parecían estar a diferentes escalas, e intervalos de tiempo de minutos en algunos tramos se convertían en segundos y casi en milisegundos en otros, situación que se complicaba al superponerse los caminos…
- Pero alguien se sabe los horarios de verdad ¿no? alguien le pasó a ese diseñador una simple tabla de Excel con las cosas claras.- preguntó el joven, intrigado.
- No sé, imagino que si – contestó el hombre – Pero de aquello no debió quedar nada.
- Cuando el último conductor abandonó por imposibilidad de aprenderse la ruta el ayuntamiento estuvo a punto de retirar las líneas, pero dicen que apareció un correo con un programa codificado.
- ¡Si, me acuerdo de aquello! Supuestamente, el diseñador original envió la ruta encriptada, con instrucciones para instalarla en los navegadores de cada autobús. – añadió el padre, animado por la conversación.- Y antes de que preguntes chaval ya te digo que no se puede sacar la ruta de ese programa para reproducirla de manera inteligible. Por lo visto es igual de enrevesado que el resto de diseños.
El joven iba a añadir algo, pero la llegada casi por sorpresa de un autobús enmudeció el grupo.
Como salido de la nada, el silencioso transporte avanzó calle arriba. Varias personas contuvieron la respiración. Encima del parabrisas, en un cuadro iluminado, se podía leer VARIAS LÍNEAS, no podían saber si pararía allí.
Por suerte el vehículo se detuvo ante la parada y las puertas se abrieron. Cuando pasaría el siguiente, o donde iba aquél, eran cuestiones desconocidas, e irrelevantes, la ocasión era demasiado buena para desperdiciarla. Todo el mundo que esperaba allí entró, algunas con lágrimas en los ojos.
Sentada al lado de su padre, la niña miró por la ventanilla al alambicado cartel de horarios, y por unos momentos le pareció entrever movimiento en las líneas, como todas se arremolinaban y separaban siguiendo un movimiento pausado, algo confuso pero ordenado, recomponiéndose y formando algo distinto continuamente.
La niña sonrió y miró al frente mientras el autobús comenzaba su viaje a lo desconocido
2 comentarios:
espero que continue
Me temo que no puedo sigue. Me salió así casi de una, por un trabajo que estoy haciendo, precisamente, los carteles de las marquesinas con los horarios de autobuses
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