viernes, 13 de junio de 2008

La Maldición... Cp. 5

En realidad había ido a contarle algo que había descubierto hacía unos días y que tenía que compartir con alguien. Después de que Ronny, su tortuga, se muriera de disentería, el señor Rickle era lo más parecido a un amigo que le quedaba.
Hace 19 días exactos, el día de su 20 cumpleaños, Mark había hecho EL DESCUBRIMIENTO, aquello que iba a hacer que todo lo anterior pareciera una historia ajena, que venía a cambiar su vida para siempre, y no me refiero a un remedio definitivo contra el acné o una suscripción vitalicia a National Geographic. Ese extraordinario día, Mark aprendió a VOLAR.
Era capaz de elevarse sobre los demás a voluntad, desafiar a las aves y a alguna que otra avioneta de vuelo sin motor. Se había convertido en un Dios. O más bien un semidiós, ya que el mecanismo de vuelo tenía algunas peculiaridades a tener en cuenta: sólo se ponía en funcionamiento cuando entonaba canciones de Elvis Presley.
No era capaz de descubrir la causa, el porqué de que aquella increíble habilidad se mostrara en esas situaciones concretamente. Quizás la comida rica en colesterol de la que se había alimentado toda su vida, quizás sus repetidos viajes a casa de su tío John el nudista, quizá el que su madre lo atara a la pata de la cama durante millones de horas con Elvis en el equipo a todo volumen para asegurarse de que su hijo no la oyera mientras ella estaba con el butanero, el lechero, el marinero, el carpintero y otros muchos –eros.
Pero veamos cómo empezó todo.
Hacía 19 días, como se ha dicho, Mark cumplía 20 años.
Su madre y él estaban en el salón de su diminuta casita de Jersey, a punto de apagar las velas de un pequeño pastel en el que, escrito con una cuidada letra de caramelo, se podía leer “Ponte bueno Harold”. Su madre le dijo que era de segunda mano, que el tal Harold no solo no se había puesto bueno, si no que la había palmado, que alguien había llamado del hospital llorando mucho contándolo todo y deshaciendo el pedido, y que como la tarta ya estaba hecha, y ella estaba en la pastelería, pudo hacerse con el dulce bastante barato. Todo esto dicho más rápido aún de lo que se tarda en leerlo.
Acababan de comer la tarta cuando sonó el timbre. Su madre acudió rauda a abrir. Desde el salón Mark escuchó risitas ahogadas. Al momento estaban allí su madre y un hombre barrigudo, ancho bigote y mono algo grasiento.
- Mark, querido, se me olvidó comentarte que esta tarde iba a venir el de la lavadora. Ya sabes que pierde agua.- comentó la madre mientras el del mono grasiento se comía lo que había sobrado de la tarta del difunto Harold.
Mark no recordaba el aviso, pero la situación le era familiar.
- Supongo que querrás que me vaya a dar una vuelta.- preguntó
- ¿No te importaría, cariño? Ve a por tus amigos, o con alguien .- dijo su madre mientras se abanicaba con una mano. De repente, tenía mucho calor.
Mark salió de su casa pensando en porqué se subirían hacia el piso de arriba, cuando la lavadora estaba en la parte trasera de la planta baja.

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