jueves, 15 de mayo de 2008

La Maldición... Cp. 3


El nombre de Sylvia rebotaba de un lado a otro en la cabeza de Clarence mientras se dirigía a su habitación, tanto que no oyó el quejido de Enid cuando la pisó al subir la escalera
La puerta con dibujos de arco iris y niños jugando en un parque debía ser la de Sylvia.
Brown impidió la entrada de Robertson hasta que no se “ asegurara de que el camino estaba despejado” Se tiró a la habitación y comenzó a rodar de un lado a otro. Desde afuera se oían maldiciones y desgarrones.
- Adelante Robertson, he acabado con todos los cabrones.- dijo Brown satisfecho.
En efecto, todos los peluches que debían estar desprevenidos en la cama de la chica yacían en el suelo en enormes charcos de gomaespuma. Clarence se alegró de estar acompañado por un amigo letal, palabra, por otra parte, de cuyo significado no estaba muy seguro.
La decoración de la habitación parecía estar hecha por alguien invidente y con muy mala leche, y Clarence pensó que podría vomitar si tuviera que pasar una noche en aquel infierno rosa. Resolvió que su amada solo podía haber consentido aquello después de haber sido sometida a un lavado de cerebro por los soviéticos en alguna operación encubierta capitaneada por un clon de Angela Langsbury. Cualquier otra explicación sería absurda.
Apartó suavemente con el pie el cadáver de un ornitorrinco desmembrado y se acercó a la estantería que había a los pies de la cama. Unicornios de porcelana, una completa colección de más de cincuenta piezas de búhos hechos con conchas de almejas, fotos de Sylvia disfrazada de rabino en la representación escolar de Flashdance , otra en un congreso de la Asociación Americana de Hombres Bigotudos... cosas sin duda personales, pero nada que guiara los pasos del dúo.
- ¿ Has encontrado algo Brown? – preguntó Clarence mientras se guardaba unas bragas color rosa con la leyenda “ Totus Tuus “ escrita en la delantera.
- Nada importante. En el armario solo ropa, unos patines, esta hacha ensangrentada, algunos libros, el cadáver momificado de Lenin y poco más.-
- Vamos a ver, recapitulemos.- Clarence pasó por alto la cara de extrañeza de su compañero al oír esa palabra.- Sylvia, la adorable, la increíble, la preciosa, la rien ne va plus ...Sylvia, ya sabes, se ha escapado, sin duda asustada. No se muy bien el porqué de esa huída, aunque sospecho que es por algo relacionado con un recuerdo subyacente de una vida pasada como verdulera en Nápoles. Pero ahora eso no es lo importante. Debemos encontrar algo...
Brown se sentó en la cama un tanto desmoralizado. Para centrar sus pensamientos se puso a sacar astillas a la lámpara de la mesita con un cuchillo increíblemente grande que llevaba en los pantalones y que tenía varias muescas con forma de pequeños monigotes en la empuñadura.
Clarence continuó en el armario, algo extasiado por la mezcla del fuerte perfume de Sylvia ( con personalidad, que diría él) y el olor a polilla.
¡De pronto lo vio claro!.Era casi insultantemente obvio y no se había percatado hasta ese momento: Aquel hombre que todas las semanas se metía en su casa, se probaba sus calzoncillos y se comía todos los cereales no era un demonio enviado del más allá por su tio Gus para atormentarlo, sino un empleado de la compañía del gas que venía a medir el contador
Esta revelación le dejó exhausto y se sentó juntó a su compañero que había convertido la lámpara en un mondadientes y se disponía a hacer lo mismo con la mesita.
Entonces reparó en un papel que colgaba de su mano, que tuvo que haber cogido cuando miraba el armario. En él un dibujo de un sonriente italiano de largos bigotes y traje de cocinero anunciaba una “Oferta descomunal”, según rezaba el rótulo en letras góticas “ Pizza gratis por cada una sin rata” el cocinero estaba dibujado con una camisa de fuerza y dos enfermeras con batas ultra cortas y ajustadas lo arrastraban.
- ¡Lo tengo! ¡Ya se donde debemos ir a buscar! ¡Tenerlo en la mano y no darme cuenta!.- gritó al comprender por fin donde había ido Sylvia.
Brown abandonó su talla de la piedad de Miguel Ángel para mirar a su entusiasmado compañero de pesquisas.
- ¿Dónde vamos?.-
Pero Clarence ya había salido raudo hacia la puerta , decidido, y un tanto aturdido por tantas revelaciones. Tropezó al metersele el pie en la boca de la señora Sylvermann, pero en cuanto se incorporó de nuevo gritó:
- ¡A la vieja fábrica de llantas Johnson & Stockburn!.-
Corrió hasta Perry y le dio un sonoro beso de tornillo en la boca, acto seguido siguió a Brown que ya estaba fuera.
- ¿Enid?- dijo el señor Sylvermann, algo confundido.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Quiero mas

Wayne Gro dijo...

pronto, muy pronto